viernes, febrero 06, 2015

Megamarcha histórica por Ayotzinapa y la renuncia de Peña Nieto el 20 de noviembre

A 104 años de haberse llevado acabo el llamado de Francisco I Madero a la Revolución, este 20 de noviembre, la gente se abrió paso por sí sola y salió a las calles. Aglomeraciones desde ciudades pequeñas como Saltillo, hasta las innegablemente monstruosas que “paralizaron” gran parte del primer cuadro de la Ciudad de México. Un día frío, que al final lo quitó el calor humano.

Tres contingentes con un mismo destino: el Zócalo. Fui testigo y amigo de la indignación generalizada desde las cinco de la tarde, en el Monumento a la Revolución, hasta las 9:30 de la noche, hora en que me retiré, en calma, con mis amigos.

Y ahí estaban los padres de los normalistas llegados en caravana, en autobuses, desde Guerrero. Un modesto templete, un aparato de sonido del cuál dudábamos si al comienzo del mítin iban a poder escucharse claras las palabras del valiente Felipe de la Cruz, padre de uno de los normalistas desaparecidos el pasado 26 de septiembre y vocero principal de los padres de familia. Su garganta le ganó a la amenaza de no poder escucharse. Claro, todos oímos sus palabras. También las de un normalista y las de una madre indignada: “Que se vayan a la chingada”, hablando acerca del gobierno. “Amigos, nos regresamos a Guerrero a decidir qué sigue en este caso; no descansaremos hasta que nuestros hijos aparezcan vivos, porque sabemos que están vivos. No descansaremos. No tenemos miedo. Llegaremos hasta las últimas consecuencias. Ya estamos hartos. Ya basta. México debe de una vez por todas cambiar de rumbo”.

En el techo de Palacio Nacional se dejaban ver soldados, algo así como francotiradores, moviéndose de un lado al otro, tratando de intimidar a la gente e incluso haciendo poses como de quienes se preparan para disparar. Muchos los aluzaban con láseres y eso hacía que más se movieran. “Hacemos responsable al Gobierno Federal de cualquier cosa que en este evento pueda suceder”, dijo De La Cruz en clara alusión a las intimidaciones.

Un dron también hizo de las suyas: el estreno de un nuevo aparato intimidante, moderno, volaba como un semihelicóptero sobre nuestras cabezas. La gente respondía lanzándole objetos y rechiflas. Finalmente, el dron se largó a quién sabe dónde y la gente, con un poco de miedo, pero con sobrante esperanza y valentía, siguió el camino del pie de lucha de esa noche ejemplar de protesta.

Una especie de piñata de Peña Nieto ardía a la par en el Zócalo Capitalino. Pues la gente, además del caso de la desaparición de los 43 estudiantes, se reunió para demandar la renuncia de Peña Nieto, cosa que muchos medios oficialistas ignoraron por completo, de acuerdo a su ya sabida conveniencia.

Se dice que cuando algo empieza mal, mal termina. Pero volteemos las cosas: la más grande manifestación en pro del esclarecimiento de los hechos ocurridos en Iguala y a favor de la renuncia de Peña Nieto, empezó bien y terminó mejor. Mujeres estudiantes que no pasaban de los quince años, bebés en carriolas, perros, ancianos que si bien no pudieron marchar, miraban con emoción y sonrientes, algunos con ojos brillosos, desde las aceras, cómo la gente se iba acercando, gritando consignas, pero también al ritmo de la música, bailando, bailando contra el miedo, contra el atropello, contra el crímen. Haciendo de sus pies y de su alma un arte. Gente con una verdadera esperanza, una esperanza pura, que se desata y se expresa cuando los corazones están llenos y hasta el más apático se quita la máscara y se decide a salir, algunos por primera vez, de su zona de confort.

Llama la atención la creatividad de los muchachos. Es digno de admiración que hayan rebautizado, por citar un ejemplo de calles importante del centro como “Ayotzinapa” o “Estudiantes”, “Represión”, “Desaparecidos”, por citar algunas. Así es: nuevas calles bautizadas por la inconformidad. Pero literalmente, puestas formalmente como letreros. ¿Se atreverá el gobierno a quitarlas?

“Fuera Peña”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, las principales consignas. Y, la más fuerte: “!Fue el Estado!”.

Era de esperarse que un grupo de autodenominados anarquistas fuera a hacer sus desmanes a Palacio Nacional. Muchos lo sabemos: infiltrados financiados por el gobierno. Pretextos, además, para encarcelar a cualquier joven que se le pille corriendo o marchando. Para los granaderos no hay distinción. La orden ha sido ya dada desde arriba. El viejo PRI está más nuevo que nunca, pero ningún partido político se salva de su propia estrategia de reprimir con barbarie.

Nosotros, los mexicanos, debemos cuidarnos, crecer, sentirnos una nueva generación, seamos jóvenes o viejos, maduros o inmaduros, expertos e inexpertos. Este caso y muchos otros más atañen al interés general. “Y si tu hijo fuera el 44, ¿tú qué harías?”, se leía en una manta.


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