Megamarcha histórica
por Ayotzinapa y la renuncia de Peña Nieto el 20 de noviembre
A 104 años de haberse llevado acabo el
llamado de Francisco I Madero a la Revolución, este 20 de noviembre,
la gente se abrió paso por sí sola y salió a las calles.
Aglomeraciones desde ciudades pequeñas como Saltillo, hasta las
innegablemente monstruosas que “paralizaron” gran parte del
primer cuadro de la Ciudad de México. Un día frío, que al final lo
quitó el calor humano.
Tres contingentes con un mismo destino:
el Zócalo. Fui testigo y amigo de la indignación generalizada desde
las cinco de la tarde, en el Monumento a la Revolución, hasta las
9:30 de la noche, hora en que me retiré, en calma, con mis amigos.
Y ahí estaban los padres de los
normalistas llegados en caravana, en autobuses, desde Guerrero. Un
modesto templete, un aparato de sonido del cuál dudábamos si al
comienzo del mítin iban a poder escucharse claras las palabras del
valiente Felipe de la Cruz, padre de uno de los normalistas
desaparecidos el pasado 26 de septiembre y vocero principal de los
padres de familia. Su garganta le ganó a la amenaza de no poder
escucharse. Claro, todos oímos sus palabras. También las de un
normalista y las de una madre indignada: “Que se vayan a la
chingada”, hablando acerca del gobierno. “Amigos, nos regresamos
a Guerrero a decidir qué sigue en este caso; no descansaremos hasta
que nuestros hijos aparezcan vivos, porque sabemos que están vivos.
No descansaremos. No tenemos miedo. Llegaremos hasta las últimas
consecuencias. Ya estamos hartos. Ya basta. México debe de una vez
por todas cambiar de rumbo”.
En el techo de Palacio Nacional se
dejaban ver soldados, algo así como francotiradores, moviéndose de
un lado al otro, tratando de intimidar a la gente e incluso haciendo
poses como de quienes se preparan para disparar. Muchos los aluzaban
con láseres y eso hacía que más se movieran. “Hacemos
responsable al Gobierno Federal de cualquier cosa que en este evento
pueda suceder”, dijo De La Cruz en clara alusión a las
intimidaciones.
Un dron también hizo de las suyas: el
estreno de un nuevo aparato intimidante, moderno, volaba como un
semihelicóptero sobre nuestras cabezas. La gente respondía
lanzándole objetos y rechiflas. Finalmente, el dron se largó a
quién sabe dónde y la gente, con un poco de miedo, pero con
sobrante esperanza y valentía, siguió el camino del pie de lucha de
esa noche ejemplar de protesta.
Una especie de piñata de Peña Nieto
ardía a la par en el Zócalo Capitalino. Pues la gente, además del
caso de la desaparición de los 43 estudiantes, se reunió para
demandar la renuncia de Peña Nieto, cosa que muchos medios
oficialistas ignoraron por completo, de acuerdo a su ya sabida
conveniencia.
Se dice que cuando algo empieza mal,
mal termina. Pero volteemos las cosas: la más grande manifestación
en pro del esclarecimiento de los hechos ocurridos en Iguala y a
favor de la renuncia de Peña Nieto, empezó bien y terminó mejor.
Mujeres estudiantes que no pasaban de los quince años, bebés en
carriolas, perros, ancianos que si bien no pudieron marchar, miraban
con emoción y sonrientes, algunos con ojos brillosos, desde las
aceras, cómo la gente se iba acercando, gritando consignas, pero
también al ritmo de la música, bailando, bailando contra el miedo,
contra el atropello, contra el crímen. Haciendo de sus pies y de su
alma un arte. Gente con una verdadera esperanza, una esperanza pura,
que se desata y se expresa cuando los corazones están llenos y hasta
el más apático se quita la máscara y se decide a salir, algunos
por primera vez, de su zona de confort.
Llama la atención la creatividad de
los muchachos. Es digno de admiración que hayan rebautizado, por
citar un ejemplo de calles importante del centro como “Ayotzinapa”
o “Estudiantes”, “Represión”, “Desaparecidos”, por citar
algunas. Así es: nuevas calles bautizadas por la inconformidad.
Pero literalmente, puestas formalmente como letreros. ¿Se atreverá
el gobierno a quitarlas?
“Fuera Peña”, “Vivos se los
llevaron, vivos los queremos”, las principales consignas. Y, la más
fuerte: “!Fue el Estado!”.
Era de esperarse que un grupo de
autodenominados anarquistas fuera a hacer sus desmanes a Palacio
Nacional. Muchos lo sabemos: infiltrados financiados por el gobierno.
Pretextos, además, para encarcelar a cualquier joven que se le pille
corriendo o marchando. Para los granaderos no hay distinción. La
orden ha sido ya dada desde arriba. El viejo PRI está más nuevo que
nunca, pero ningún partido político se salva de su propia
estrategia de reprimir con barbarie.
Nosotros, los mexicanos, debemos
cuidarnos, crecer, sentirnos una nueva generación, seamos jóvenes o
viejos, maduros o inmaduros, expertos e inexpertos. Este caso y
muchos otros más atañen al interés general. “Y si tu hijo fuera
el 44, ¿tú qué harías?”, se leía en una manta.
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