Una ciudad tan increíblemente diversa y compleja como Nueva York —llena de migrantes, de ideologías diversas, de cosmovisiones distintas y de toda tonalidad de piel— no puede gobernarse hoy en día eficazmente bajo un régimen de ultraderecha, como pretendía quien se ostenta como emperador del mundo, un empresario rapaz disfrazado de político, que tiene como diosa a la codicia; ese que gusta de meter sus narices en cualquier parte del planeta, pasándose por el Arco del Triunfo las leyes del Derecho Internacional e intentando violar, con amenazas, aranceles a capricho y acciones militares, la soberanía e independencia que muchos países lograron con tanto esfuerzo conquistar.
La ultraderecha se distingue por su rigidez y su miopía: apuesta por la exclusión de los más vulnerables, la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y la marginación de las minorías que, durante décadas o incluso siglos, han luchado por sus derechos.
Por eso celebro el triunfo de Zohran Mamdani como nuevo alcalde de esa metrópoli. Su elección es un mensaje firme contra la intolerancia, el racismo, el clasismo, la homofobia, el machismo, y contra esas élites que, no viéndose más allá del ombligo, carecen de la más mínima empatía mientras a ellas les siga yendo bien.