Mi piel se eriza, bajo los ojos de la noche amarga y silenciosa. Oh, si pudiera saber de dónde vienen los caminos que conducen a los paisajes que observo. Oh, si pudiera avanzar más sin retroceder al abismo. Rezo, pero mis palabras parecen no ser escuchadas, se pierden en la vastedad del vacío.
Existe un consuelo, el de saber que nada es permanente, que las horas pasan circulares en burbujas de tiempo. Pero el presente también es daga que punza, reclama extirpar los dolores que invaden el espíritu. Heme aquí, vivo, escribiendo entre gritos y silencios que condenan.
Vivo en un callejón, donde la puerta que libera los miedos es tosca y desagradable. Puerta de hierro lejana. Tarde que temprano, deberá llegar la valentía o si no, seré roca.
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