Mujer de Nueva Zelanda
Esa noche, ella sirvió vino en copas transparentes.
Era noviembre, mes lúgubre.
El aire corría como terca bestia.
Dentro, ya en casa, el vino comenzaba a erotizarnos.
¡Dulce fuente de uva, penetrante, embriagadora!,
¿qué seríamos sin la luz de tu lengua?
Ella se resistía al comienzo de mis caricias,
Sus blancas piernas, casi pálidas, color de nube
Mis manos, buscaban con tiento el pulso de su sangre
Ella, de Nueva Zelanda, yo de México.
Yo con mal inglés, ella con mal español.
Sólo el lenguaje de la música de nuestros cuerpos
Nos mantuvo en esa calma exquisita
Que sólo se vive, cuando un gran momento
Visita la puerta de los sentidos.
Entrada más la noche nos comenzamos a besar,
como dos locos, presos de la tempestad,
lengua a lengua,
cuerpo a cuerpo
Más tarde comenzaron los gritos,
Los gemidos naturales,
Los gritos del amor
Ella llamaba a Dios en cada
Trepidante penetración
De carne a carne,
De carne a flor...
Recorrimos todas nuestras sendas
Su vientre… un éxtasis de dulce amargo
Lengua a lengua,
agua pura,
lengua a lengua
Al despedirnos, un sueño profundo
Cada quien a sus hogares,
Bocas con sabor a miel.