Una postal tomada en San Carlos, Sonora, cuando el bicho que nos encerró, penetraba la atmósfera y paralizó a todo el mundo.
Algunos negocios quebraban, otros lograron resistir. Tuvimos que despedir con pesar a no pocos de nuestros seres queridos. Nuestras bocas estaban cubiertas de una tela enmascarada; de los besos, ni hablar. Daba la sensación de que el cariño se había vuelto un riesgo.
Afuera, las olas del Golfo de California parecían murmurar más solas de lo habitual. Pocos turistas, pocos bares abiertos y lugares restringidos. Una mezcla de prevención, paranoia e incertidumbre se instalaba en nuestras conciencias.
Desde esas épocas, el mundo no volvió a ser exactamente el mismo.
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