miércoles, septiembre 21, 2005

Un Dios chamán.

Sobre esta montaña, el humo encendido del incienso hace ver nuestros hogares más lejanos. Aquí, el chamán que acompaño, vestido con botas de duende y sombrero de paja, antes de emprender el rito, ha colocado en forma de cruz cada una de las velas de fuego en la arena: son el símbolo de la divinidad que sus devociones dictan. Después, centrado al filo de la montaña, tan sólo a un poco de caer, avisa al aire brusco su osada maniobra: "!esto no será un suicidio, divina Muerte; probarás el engaño una vez sepas el caimiento de quien grita no es la muerte!; "!contigo no me llevarás a no ser la decisión de uno guste terminar con mi vida!".
Escondido por miedo al miedo en el lado trasero de una piedra, me llego a percatar de la insólita decisión del hombre: !se arrojará al vacío de veras!. Le miro con sumo azoro. Y él, muy poco antes de caer desde las grandes alturas, balbucea a donde estoy: "Es la vida, Pablo, la que nos da la libertad, de ahí tomarla usted decide; cuando me hayas visto caer desde aquí sin siquiera haberme lastimado la más ínfima parte del cuerpo, en el suelo, gustoso, sabrás que el aparente dolor de la muerte conlleva a las delicias del placer".

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