martes, octubre 20, 2009

Mi amigo el Cóndor

No hizo falta aquella tarde hablar con mi amigo el Cóndor. Bastó con mirarnos de cerca. El animal estaba en una jaula enorme con sus otros amigos cóndores. Su cuello era por excelencia flexible: iba de un lado a otro, de arriba hacia abajo, de este a oeste, de norte a sur. Su hermosura era la de un galán innato. Nos conocimos una tarde de noviembre. El frío comenzaba a calar por esos tiempos.

-Querido Cóndor, -le dije a través de mi mirada
-¿Cuál es tu oficio en esta vida? Te noto muy tranquilo. Transmites aires de príncipe. Te posas en el tronco que te da la gana. Vuelas adonde sea. No parece amargarte vivir en una jaula.
-El delgadísimo animalito con su mirada contestó-
-Mira hacia el cielo gris de esta tarde de noviembre. Mira ahora mis alas blancas. ¿Notas cómo son? Yo puedo volar. ¿Acaso tú puedes hacerlo? ¡Humano inferior! ¡Deja de molestarme. No te atrevas a soltar palabra. Odio el ruido de las palabras. Las palabras limitan el goce de mi vuelo.

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