Esa noche.
Esa noche le llevé a un rincón de la playa, aislado de todo rededor que nos pudiera turbar. Nos recostamos tiernamente sin importar qué tanto la arena nos tocara. Con miedo al miedo, fui de poco a poco acurrucando mi rostro en tu pecho. Cuando lo hice, saltaste, habías visto el Fruto Prohibido: supiste que me amabas.
2 comentarios:
Muy bello...
¿qué?
Publicar un comentario