Como la barba del viejo maestro de bastón en mano blanca
O como yo enredado en su pelo y que me pierdo sin previo aviso
De los oídos del tierno oyente o de la simple causa del mundo
Que los mirones salen de la cueva enceguecida
Y se amontonan en jaulas de ojos mirando
A la hora de las magias perdidas
Y la redención del canto extinto
A la desilusión de mis porvenires.
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